Fuente: Alfonso García Mora | 03/08/2022
Ayer me enteré del fallecimiento de Emilio en la distancia, en Colombia, durante una de esas misiones que tanto me hubiera gustado contarle, como siempre hacía cada vez que pasaba por Madrid. Buscábamos tiempo para vernos, para reírnos, para abrazarnos, para contarle mis andanzas por medio mundo, para aprender de sus sabios consejos y opiniones.
Como cualquier estudiante de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), conocí a Emilio cuando empecé la licenciatura, a principios de los noventa. Tiempos apasionantes para aquéllos a los que nos gustaba la economía y teníamos curiosidad por aprender algo sobre ese mundo financiero que parecía imposible de entender. A Emilio lo veía por los pasillos de la UAM, devoraba sus artículos, y por supuesto, no me perdía ni una de sus conferencias. Qué fácil era entenderlo todo cuando él lo explicaba. Finalmente, en quinto de carrera pude tenerlo como profesor. Y qué clases. ¡Qué tensión! Había que estar al día de todo, saber con detalle como se había movido el diferencial entre el Bono alemán y el español y, si te atrevías, balbucear un par de frases para explicar las razones. Tiempos de convergencia tras la firma del tratado de Maastricht. Cuanto aprendíamos. Tras licenciarme tuve la enorme fortuna de hacer unas prácticas en Analistas Financieros Internacionales (Afi) mientras comenzaba mi doctorado y me preparaba para ir a estudiar fuera de España, que tanto me ayudaste y animaste a hacer, Emilio. Boston, Lovaina, y de regreso a casa.