La convergencia del proceso de globalización con la extensión de las tecnologías de la información y de las telecomunicaciones configura un entorno económico distinto al dominante en las últimas décadas. El primero, amplía el espacio relevante, disuelve gradualmente las fronteras, y, en consecuencia, elimina las restricciones que la geografía y las diferentes regulaciones nacionales imponían a la competencia. Las segundas, además de fortalecer esa conectividad global a través de la extensión de la red, propicia modificaciones de alcance en el seno de las organizaciones empresariales, con el fin de conseguir una mayor eficiencia en todas sus actividades y procesos de decisión. Ambas tendencias son y seguirán siendo las responsables de reestructuraciones en el censo empresarial, mediante la continuidad de los procesos de concentración, la emergencia de nuevos actores o la formación de alianzas estables, inter e intrasectoriales. El resultado: una nueva ecología empresarial, nuevos hábitat y agentes empresariales nuevos, muchos de ellos emergiendo a medida que las empresas de toda la vida sean incapaces de reinventarse, o lo hagan a un ritmo más lento del que impone ese entorno.

Que los mercados de capitales se encuentren ahora purgando sus excesos valorativos de los últimos años, de forma particularmente intensa en las empresas más representativas de la nueva economía, no significa en modo alguno que el potencial transformador de esas tecnologías se haya diluido. Como tampoco lo ha hecho la competencia global, como consecuencia del descenso en el comercio internacional y en los flujos internacionales de capital, tras la pronunciada desaceleración en el ritmo de crecimiento de las principales economías a partir de los últimos meses del año 2000. En el primer artículo de esta serie ya quedaba subrayado el arraigo y la irreversibilidad de las transformaciones originadas en la actividad empresarial por la extensión de las aplicaciones de esas tecnologías.
Si en la segunda mitad de los noventa fueron las empresas directamente ubicadas en el sector de las tecnologías de la información y las telecomunicaciones las que asumieron gran parte
del protagonismo en la configuración de la nueva economía, en los próximos será la traslación de esas innovaciones a las empresas tradicionales los que definen esa "segunda fase"; un periodo probablemente menos espectacular en lo que a ritmos de crecimiento económico y de la productividad se refiere, pero no menos significativo en términos de extensión de las aplicaciones de esas tecnologías a la actividad empresarial.

El aumento de la capacidad de captación, análisis, almacenamiento y puesta en común de información, todo ello a una velocidad sin precedentes, determina modificaciones sustanciales de actividades empresariales básicas, impulsando alteraciones de gran significación en las formas de organización de las mismas y en las de trabajo, en las relaciones en el seno de las organizaciones, en las competencias internas. La emergencia de nuevos canales de conexión y comunicación, la reducción progresiva de la importancia relativa de sus soportes físicos, la mayor versatilidad en la interlocución entre los distintos agentes relevantes en el funcionamiento de las empresas, cuestiona aspectos esenciales de la actividad de las mismas, empezando por sus propias cadenas de valor y, en consecuencia, las propias estrategias y sus formulaciones concretas. Imponen una nueva agenda a todas las organizaciones y la ortodoxia hasta ahora dominante en la dirección de empresas queda cuestionada por esa transición hacia una economía en la que la creación de valor descansa cada vez más en los intangibles y en la capacidad de innovación.

Las nuevas y más amplias vías de acceso a la información condicionan la configuración de las organizaciones, ya no tan dependientes de la distribución y dosificación de aquella como único principio inspirador del diseño organizativo. Que la información es poder, sigue siendo cierto en las nuevas condiciones en que operan las empresas; el elemento diferencial ahora es que el acceso a la información es mucho más amplio, inmediato y barato, cuestionando las viejas jerarquías.

Una nueva ecología empresarial, que obliga a las compañías establecidas a recrearse y reorganizarse con el fin de responder a las presiones competitivas y a las oportunidades que presenta la nueva escena económica; que determina modificaciones sustanciales en el censo de empresas pertenecientes a diversos sectores económicos, así como en la distribución sectorial de las mismas, que aceleran ese desplazamiento hace tiempo evidente desde la industria a los servicios, posibilitando que los productos de la primera, las manufacturas, sean cada vez más intensivos en conocimiento. Como consecuencia de todo ello, el proceso de globalización, además de recibir un fuerte impulso, adopta manifestaciones distintas a las exhibidas hasta ahora, tanto en relación con el número de actores como en la naturaleza de las relaciones de producción e intercambio entre ellos.