Sigue sorprendiéndonos la facilidad con que la economía estadounidense superó la corta y suave recesión que sucedió a la fase expansiva del último lustro del siglo pasado. El contraste con lo que ocurre en Europa es más acusado al observar que aquella recuperación, además de sortear episodios extraordinarios de gran importancia, como los escándalos empresariales, lo hace manteniendo tasas de crecimiento de la productividad no menos envidiables. Que la inversión, tanto pública como privada, creció a un ritmo significativamente superior al otro lado del Atlántico, aumentando de forma significativa la profundidad del capital y, muy particularmente, la concretada en tecnologías de la información, es un hecho que está en la base de todas las explicaciones de ese comportamiento diferencial. Lo relevante, por tanto, es identificar algunas de las razones que amparan ese desigual comportamiento inversor y su evidente impacto sobre el crecimiento económico. Una de ellas es la activa complicidad entre los mercados financieros y el crecimiento empresarial, mucho más explícita en EEUU.

Un estudio reciente intenta estimar la relación entre el desarrollo financiero y el crecimiento de las empresas, tratando de identificar las ventajas derivadas de una completa integración de los mercados financieros, horizonte deseable desde hace años en Europa. La nada fácil medición de algo tan complejo como el desarrollo financiero, suele depender de dos indicadores: el tamaño de los mercados financieros donde acuden los potenciales inversores para captar recursos externos y la eficiencia con la que esos fondos son intermediados, que determina el coste de los mismos. En ambos criterios, EEUU se mantiene significativamente por delante del promedio de la UE.

Los beneficios potenciales derivados de la existencia en Europa de un grado de integración financiera equivalente al de EEUU (la posibilidad de acceso de las empresas a un mercado similar a aquel) en términos de crecimiento de países y sectores, no son nada desdeñables. La experiencia general sugiere que el desarrollo financiero puede afectar al crecimiento a través de tres vías fundamentales: aumentando la parte del ahorro que se asigna a decisiones de inversión , reduciendo los costes de la intermediación financiera e influyendo en la magnitud de la propia tasa de ahorro de las familias.

Del análisis que llevan a cabo esos autores se deduce, en primer lugar la existencia de una amplia dispersión en el grado de desarrollo financiero de los países europeos, a pesar de los avances conseguidos en la integración financiera de la UE durante los noventa. En conjunto, el impacto de un avance hacia los niveles de desarrollo financiero existentes en EEUU sobre el crecimiento en el valor añadido de la industria manufacturera europea sería aproximadamente de un punto porcentual al año. El efecto, en cada uno de los países y en cada uno de los sectores varía de forma significativa, reflejando la actual heterogeneidad de la propia UE en términos de composición sectorial y nivel de desarrollo financiero; los menos beneficiados serían aquellos, como reino Unido, Suecia y Holanda que disponen de un grado de desarrollo financiero relativamente alto.

Entre las economías que se beneficiarían de un mayor grado de desarrollo e integración financiera ( siempre interpretado en términos de facilidad de acceso de las empresas a los mercados equivalente al existente en EEUU) estaría la española, que, junto a Alemania, Bélgica, Dinamarca, Finlandia, Grecia, Irlanda, Italia y Portugal, podían obtener el máximo del 1%. En esos países, las tres variables consideradas esenciales para el desarrollo financiero se mantienen por debajo del grupo que engloba a las restantes economías, mas desarrolladas financieramente: grado de protección de los inversores, la severidad de los estándares contables y el respeto a la ley. No es de extrañar que, según las estimaciones de ese mismo modelo, los mayores beneficios se obtienen cuando la satisfacción de esos tres factores es simultánea.

La generación de ritmos de desarrollo más rápidos depende también, como es lógico, del tamaño de las empresas: cuanto mayor es la dimensión mayores son las posibilidades de superar las barreras e imperfecciones de los mercados financieros domésticos, acudiendo a otros donde la financiación es abundante y en mejores condiciones. Nuevamente nuestro país, junto a Austria, Bélgica, Grecia e Italia, con una estructura industrial dominada por pequeñas y medianas empresas, está entre los candidatos a beneficiarse de ese mayor desarrollo financiero potencial. Una puntualización a conclusiones tales vendría del diferente protagonismo que en esos países tienen las entidades financieras regionales, más próximas a las empresas de menor dimensión, como son en nuestro caso las cajas de ahorros.

En definitiva, y aun cuando las cifras de esas ganancias de valor añadido y crecimiento derivadas de un mayor desarrollo e integración financieros fueran algo inferiores, valdría la pena no echar en saco roto conclusiones tales y adoptar decisiones en la dirección correspondiente para estrechar esa brecha en términos de renta por habitante entre EEUU y la UE que, muy probablemente, seguirá tan abierta en el primer lustro de este siglo como en el final del pasado.

(*) Emilio Ontiveros es catedrático de Economía de la Empresa
de la Universidad Autónoma de Madrid y Consejero Delegado de Analistas Financieros Internacionales. Su último libro es “La economía en la Red”, publicado en editorial Taurus.