En el desigual crecimiento de la eficiencia, de la
productividad, radica la explicación de esa ampliación en la
diferencia de la renta por habitante con que entran en el
siglo XXI las economías de EEUU y de la UE. La mayor
intensidad de la inversión en capital productivo durante la
segunda mitad de los noventa en EEUU ayudaría a explicar esos
mejores registros en el crecimiento del valor de la producción
por hora trabajada, pero también, avanzábamos en el anterior
artículo, la inversión en capital humano y tecnológico, en
conocimiento, constituye un factor fundamental. De esto nos
ocupamos en el presente.
Caben ya pocas dudas de la relación entre la capacidad para
crear, distribuir y explotar conocimiento y la creación de
riqueza y la mejora de las condiciones de vida. Del conjunto
de indicadores relevantes en este ámbito, la inversión en
investigación y desarrollo, en software y en tecnologías de la
información y de las comunicaciones (TIC) dispone de una
especial importancia en el contexto de los cambios
estructurales que hoy se están operando en las economías
avanzadas. El liderazgo estadounidense en esta transición a
una economía del conocimiento y el relativo estancamiento
europeo es suficientemente explicito, al tiempo que ayuda a
explicar esas diferencias en renta por habitante que
comentábamos en anteriores artículos. En 1999 ( año para el
que existen datos conjuntos) la inversión en conocimiento ( el
gasto publico y privado en educación superior, en I+D y la
inversión en software) suponía un 4,7% del PIB en el conjunto
de la OCDE; durante los noventa, el conjunto de esa inversión
creció a un ritmo del 3,4% anual, mientras la inversión en
capital fijo lo hizo al 2,2%. A la cabeza de esa inversión se
encuentran Suecia, EEUU, Corea y Finlandia, que destinan entre
un 5,2% y un 6,5 % del PIB.
El más emblemático capitulo
de I+D ha registrado un crecimiento considerable en el
conjunto de la OCDE, de casi el 4% anual, desde mediados de
los noventa, aunque una vez más, gran parte de ese incremento
fue debido a EEUU, manteniéndose estable la asignación del
conjunto de la UE, con el resultado de que al término de 1999
el gasto estadounidense en I+D representaba aproximadamente el
44% del total de la OCDE, casi tanto como la participación
conjunta de la UE ( 28%) y Japón ( 17%). En 1999 EEUU asignaba
a ese gasto el equivalente al 2,64% de su PIB, frente al 1,85%
de la UE ( la asignación española en ese año era del 0,9% de
su PIB).
El contraste entre ambas economías no es menos destacable
cuando se extiende a las vías de financiación de las
innovaciones, y en particular a la utilización de los fondos
de capital riesgo, principal fuente de nutrición de las
empresas recién nacidas sobre la base de las nuevas
tecnologías. Entre 1995 y 1999 alcanzaron el 0,21% del PIB en
EEUU , mientras que en la UE apenas alcanzaron el 0.07% del
PIB; de esos fondos, una parte significativa en el caso de
EEUU (45%) , fueron destinados al sector de las TIC frente a
algo menos del 12% en el caso de la UE.
De lo expuesto, no es fácil asumir esos propósitos que los
máximos mandatarios europeos formularon en la cumbre de
Lisboa, concretados en la conversión de la UE en la economía
más dinámica y líder en conocimiento en el horizonte del 2010.
El propio Comisario Europeo de Investigación, Philippe
Busquin, admite las dificultades para ejercer ese liderazgo
mientras la producción de conocimiento siga siendo tan
inferior a la de sus principales competidores. Despegar de la
situación actual exigirá, en primer lugar, mayores dotaciones
de recursos públicos y privados a esos destinos; en segundo,
una mayor complicidad de las instituciones, particularmente
las universitarias y las de los sistemas financieros. No menos
importante, será necesario, como el propio comisario reclama,
una mayor coordinación en las inversiones en cada uno de los
capítulos de la inversión en conocimiento, reduciendo la
fragmentación y duplicación de esfuerzos hoy existente,
generadoras de manifiestas ineficiencias. Una situación de la
que pareció tomar nota el reciente Consejo de Barcelona al
acordar un aumento significativo, de un 60%, en las
asignaciones públicas y privadas a I+D hasta situar ese gasto
en el 3% del PIB a lo largo de los próximos ocho años. Mucho
menor fue la concreción del necesario “espacio europeo
integrado de investigación e innovación", que exigirá una
estrecha coordinación entre los sistemas de creación de
empresas, de financiación, de regulación de patentes y
propiedad intelectual. Empeños ciertamente difíciles, pero de
todo punto necesarios, no sólo para alcanzar ese liderazgo en
el 2010, sino para , cuando menos, reducir la brecha existente
frente a la, hoy por hoy, economía más dinámica del mundo.
Emilio Ontiveros es catedrático de Economía de la Empresa
de la Universidad Autónoma de Madrid y Consejero Delegado de
Analistas Financieros Internacionales. Su último libro es “La
economía en la Red”, publicado en Editorial
Taurus.
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