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NEGOCIOS > LA SEMANA ESTADÍSTICA DE LA NOTICIA
Domingo, 10 de febrero de 2002

EMILIO ONTIVEROS

  
Convergencia real

Pocas sorpresas las aportadas por la estimación del crecimiento de la economía española en el último trimestre del pasado año que ha dado a conocer el Banco de España. Tras esa tasa del 2,3%, el crecimiento en el conjunto del año queda situado en el 2,8%, frente al 4,1% del año 2000. Una desaceleración ciertamente significativa que habría sido mayor de no haber dispuesto del apoyo del consumo privado y público, y de la pujanza de la inversión en construcción. El comportamiento de la inversión en bienes de equipo y el sector exterior son las sombras de ese balance y, lamentablemente, dos de los factores que pueden seguir condicionando la recuperación de la economía española, y la necesaria aceleración de la convergencia real con las más avanzadas del área euro.

La inversión, la dotación de capital, es una de las condiciones para mejorar la calidad del crecimiento: para generar tasas aceptables de crecimiento de la productividad y en la renta por habitante, el mejor indicador disponible del bienestar económico de un país. Si la formación bruta de capital fijo en nuestra economía lleva inmersa en una senda desaceleradora desde principios de 1999 (en 2001 habría crecido un 2,7%, tres puntos menos que en el año anterior), la de la inversión en bienes de equipo ha sido mucho más acusada; el Banco de España estima para el conjunto del año una contracción en este último componente del 1,7%, sin que las expectativas empresariales amparen una rápida recuperación.

La significación de esa reducción en la tasa de crecimiento de la inversión hay que situarla en el contexto de las dificultades para estrechar las diferencias en los principales indicadores de convergencia real, que el propio Banco de España ofrece desde finales de mayo pasado en la sección Indicadores económicos de su página web (www.bde.es).

En 2001, la composición de ese PIB real per cápita, equivalente al 83,5% del promedio de la UE, la constituían el porcentaje de la población total en edad de trabajar (los comprendidos entre 16 y 64 años sobre la población total) que representaba el 102% de la UE, una tasa de empleo (los empleados en relación con la población en edad de trabajar) del 89,2% y una productividad del trabajo (PIB en relación con el empleo) del 91,7% del promedio de la UE. En realidad, la tasa de crecimiento de la productividad del trabajo ha tenido crecimientos muy moderados en los últimos años, inferiores en promedio al 1% anual desde 1995, y del 0,4% en 2001. El comportamiento tan discreto de esa tasa de variación viene explicado a su vez por el crecimiento en la relación entre la dotación de capital y de trabajo ( la denominada profundidad del capital), y por el progreso tecnológico, medido por el crecimiento de la productividad total de los factores. En ambos casos su evolución ha sido también muy moderada.

El stock de capital total en relación al empleo creció en el quinquenio hasta el año 2000 un 0,6%, y un 1,7%, como hemos visto, el año pasado; entonces, el stock correspondiente era un 88% del promedio de la UE, algo por debajo de lo que representaba en 1995; el denominado stock de capital tecnológico (considerando como inversión el gasto en I+D y la importación de tecnología) como porcentaje del PIB suponía en 1999 (último año con datos disponibles) el 41% de la media de los Quince. La relevante productividad total de los factores no ha llegado a crecer ni el 1% desde 1990, con un descenso del 0,2% en 2001; si en 1995 su nivel en España era equivalente al promedio de la UE, desde entonces ha descendido hasta situarse en el 97,4%.


El patrón de crecimiento de la economía española es muy pobre, debido al moderado crecimiento de la inversión y de la innovación


  

Otros indicadores considerados complementarios (gasto en I+D público y privado, las patentes solicitadas, la inversión en valores de capital riesgo, el gasto público en educación, gasto social por habitante, gasto en sanidad, gasto en prestaciones sociales por habitante, gasto público en vivienda por habitante, etcétera), ilustran esa distancia en convergencia real de España frente a la UE, subrayando la insuficiencia inversora pública y privada: explican, en definitiva, la pobre calidad de nuestro patrón de crecimiento y la consiguiente lentitud en el avance hacia los niveles de bienestar de nuestros principales socios.


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