Pocas sorpresas las aportadas por la estimación del crecimiento
de la economía española en el último trimestre del pasado año que ha
dado a conocer el Banco de España. Tras esa tasa del 2,3%, el
crecimiento en el conjunto del año queda situado en el 2,8%, frente
al 4,1% del año 2000. Una desaceleración ciertamente significativa
que habría sido mayor de no haber dispuesto del apoyo del consumo
privado y público, y de la pujanza de la inversión en construcción.
El comportamiento de la inversión en bienes de equipo y el sector
exterior son las sombras de ese balance y, lamentablemente, dos de
los factores que pueden seguir condicionando la recuperación de la
economía española, y la necesaria aceleración de la convergencia
real con las más avanzadas del área euro.
La inversión, la dotación de capital, es una de las condiciones
para mejorar la calidad del crecimiento: para generar tasas
aceptables de crecimiento de la productividad y en la renta por
habitante, el mejor indicador disponible del bienestar económico de
un país. Si la formación bruta de capital fijo en nuestra economía
lleva inmersa en una senda desaceleradora desde principios de 1999
(en 2001 habría crecido un 2,7%, tres puntos menos que en el año
anterior), la de la inversión en bienes de equipo ha sido mucho más
acusada; el Banco de España estima para el conjunto del año una
contracción en este último componente del 1,7%, sin que las
expectativas empresariales amparen una rápida recuperación.
La significación de esa reducción en la tasa de crecimiento de la
inversión hay que situarla en el contexto de las dificultades para
estrechar las diferencias en los principales indicadores de
convergencia real, que el propio Banco de España ofrece desde
finales de mayo pasado en la sección Indicadores económicos
de su página web (www.bde.es).
En 2001, la composición de ese PIB real per cápita,
equivalente al 83,5% del promedio de la UE, la constituían el
porcentaje de la población total en edad de trabajar (los
comprendidos entre 16 y 64 años sobre la población total) que
representaba el 102% de la UE, una tasa de empleo (los empleados en
relación con la población en edad de trabajar) del 89,2% y una
productividad del trabajo (PIB en relación con el empleo) del 91,7%
del promedio de la UE. En realidad, la tasa de crecimiento de la
productividad del trabajo ha tenido crecimientos muy moderados en
los últimos años, inferiores en promedio al 1% anual desde 1995, y
del 0,4% en 2001. El comportamiento tan discreto de esa tasa de
variación viene explicado a su vez por el crecimiento en la relación
entre la dotación de capital y de trabajo ( la denominada
profundidad del capital), y por el progreso tecnológico, medido por
el crecimiento de la productividad total de los factores. En ambos
casos su evolución ha sido también muy moderada.
El stock de capital total en relación al empleo creció en
el quinquenio hasta el año 2000 un 0,6%, y un 1,7%, como hemos
visto, el año pasado; entonces, el stock correspondiente era
un 88% del promedio de la UE, algo por debajo de lo que representaba
en 1995; el denominado stock de capital tecnológico
(considerando como inversión el gasto en I+D y la importación de
tecnología) como porcentaje del PIB suponía en 1999 (último año con
datos disponibles) el 41% de la media de los Quince. La relevante
productividad total de los factores no ha llegado a crecer ni el 1%
desde 1990, con un descenso del 0,2% en 2001; si en 1995 su nivel en
España era equivalente al promedio de la UE, desde entonces ha
descendido hasta situarse en el 97,4%.
El patrón de crecimiento de la economía
española es muy pobre, debido al moderado crecimiento de la
inversión y de la innovación
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Otros indicadores considerados complementarios (gasto en I+D
público y privado, las patentes solicitadas, la inversión en valores
de capital riesgo, el gasto público en educación, gasto social por
habitante, gasto en sanidad, gasto en prestaciones sociales por
habitante, gasto público en vivienda por habitante, etcétera),
ilustran esa distancia en convergencia real de España frente a la
UE, subrayando la insuficiencia inversora pública y privada:
explican, en definitiva, la pobre calidad de nuestro patrón de
crecimiento y la consiguiente lentitud en el avance hacia los
niveles de bienestar de nuestros principales
socios.