(21-02-2005)
Tras un largo periodo de apreciación a partir de los
mínimos de 1995, el dólar no ha dejado de depreciarse desde
comienzos de 2002, hasta perder más de un 35% en términos
efectivos. A la combinación de aquel fortalecimiento del tipo
de cambio con una intensidad de la demanda interna muy
superior a la de sus principales socios comerciales, se
atribuye la tendencia creciente del desequilibrio comercial y
por cuenta corriente de EE UU a lo largo del segundo lustro de
la pasada década. La financiación exterior de ese déficit de
ahorro fue amplia y se materializó fundamentalmente en
inversiones directas y de cartera que buscaban captar las
indudables ventajas competitivas que entonces exhibían las
empresas americanas. Una situación que contrasta con las
mayores reticencias actuales de los inversores extranjeros
reflejada en una muy distinta composición de esos flujos de
capital, más necesarios que entonces para financiar un
desequilibrio aún mayor. Ahora se espera que la depreciación
contribuya a reducir la magnitud de ese déficit exterior, que
en su cuenta comercial se ha situado en el conjunto del pasado
año en más de 717.730 millones de dólares, el 5,3% del
PIB.
Algunas de las implicaciones potencialmente más adversas de
esa ya larga e intensa depreciación del dólar sobre la
economía estadounidense no se han manifestado del todo. No lo
han hecho a través de un repunte significativo de la
inflación, ni de los tipos de interés a largo plazo. Claro que
la Reserva Federal viene elevando su tipo de referencia desde
hace meses, pero lo hace en dosis reducidas y anticipables,
coexistentes con una pulsación de la demanda interna que para
ellos la querrían los responsables de la mayoría de las
economías europeas. De los comunicados que transmite su órgano
ejecutivo, el Federal Open Market Committee, no se deduce
precisamente una gran inquietud por las amenazas
inflacionistas derivadas de la evolución del tipo de
cambio.
Las autoridades estadounidenses parecen preocupadas por que
esa depreciación se extienda a otras monedas que las hasta
ahora fortalecidas. Las asiáticas de forma particular. El
balance de esa depreciación hasta el momento es
manifiestamente desigual, con el euro sufriendo buena parte
del peso del ajuste. No es sin embargo la eurozona la que
define el mayor superávit comercial bilateral con EE UU. Pero
sí es su banco central el que ha mantenido una actitud más
reticente a las intervenciones en los mercados de divisas.
Justo lo contrario de lo que vienen haciendo Japón y China.
Este último manteniendo contra viento y marea el mismo cruce
desde 1995: 8,28 yuan por dólar.
Una de las consecuencias de un empeño tal es el aumento sin
precedentes en las reservas de divisas en dólares por parte de
los bancos centrales más activos en esa defensa del tipo de
cambio de su moneda. La materialización de esas reservas
mayoritariamente en títulos del tesoro americano, convierte a
esas entidades, otra vez el chino de forma destacada, en
importantes financiadores del desequilibrio presupuestario
estadounidense. Esa continua disposición a adquirir
instrumentos financieros denominados en dólares y con escaso
riesgo de solvencia, es una de las razones que está
contribuyendo al mantenimiento de los tipos de los bonos
públicos en mínimos históricos. Y eso no le viene nada mal a
la Administración estadounidense; en todo caso, esa cómoda y
barata financiación de un déficit fiscal en máximos actúa como
paliativo de la excepcional brecha comercial con China y de la
propia magnitud del déficit público americano.
Este último se ha constituido desde 2001 en un poderoso
estímulo a la demanda interna estadounidense. Por tanto, en un
freno al necesario ajuste del desequilibrio exterior. Las
reducciones de impuestos y el aumento del gasto en seguridad y
defensa tampoco favorecen la reconducción del tipo de cambio
del dólar. Cualquier señal que cuestiona los propósitos de
ajuste tiene tanta o mayor influencia en el tipo de cambio que
las variaciones en el déficit comercial.
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Europa
encuentra en el precio del dólar un obstáculo adicional
a su titubeante recuperación
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Mientras tanto, Europa encuentra en el precio del dólar un
obstáculo adicional a su titubeante recuperación. La
depreciación del dólar solo ha favorecido una menor factura
petrolera. Pero la frontera de los 1,30 dólares por euro (que
llegó a 1,36 en noviembre pasado) no es compatible con la
recuperación del bloque económico más anémico del
mundo. |