El sector
exterior de la economia española en 1997 Sobre la base de esas nuevas
reglas de juego ya asumidas, vale la pena destacar el número creciente de
empresas que se han ido incorporando al censo de exportadores,
convirtiendo las ventas al exterior en uno de los factores más dinámicos
de la actual fase de crecimiento, aún cuando la penetración de
importaciones siga siendo superior y ello derive en una ampliación del
déficit comercial. Con todo, el carácter favorable del sector exterior
español en el año 1997 admite pocos paliativos. A los ingresos generados
por los servicios y, en particular, por el sector turístico, que
compensaban el desequilibrio comercial, se ha unido un comportamiento
excepcional de la inversión española directa en el exterior, que en cierta
medida expresa esa presencia de empresas españolas en mercados emergentes
con mayores posibilidades de crecimiento. Latinoamérica no ha podido mantenerse ajena a la generalización de los ataques cambiarios y bursátiles. Su condición de región emergente -igual que los países del sudeste asiático- y su elevada dependencia del mercado estadounidense han hecho inevitable una fuerte salida de fondos de la zona que se ha traducido en grandes desplomes de las cotizaciones bursátiles. Hasta dicha crisis, las perspectivas para América Latina eran claramente favorables. Se habían revisado al alza las previsiones de crecimiento para 1997 y 1998 en la mayor parte de los países de la región, destacando el año pasado los incrementos superiores al 6% de Argentina, México y Perú, así como la recuperación de la economía colombiana tras el retroceso de 1996. Es pronto para evaluar el verdadero alcance de esta crisis y también para cifrar las implicaciones sobre el resto del mundo de esos escenarios extremos que se han dibujado tras su emergencia: la generación de una deflación a gran escala o, simplemente, la atemperación de las tensiones inflacionistas en la economía mundial. Lo cierto, en cualquier caso, es que la región asiática no contribuirá de forma activa al crecimiento de la economía mundial en 1998 y, por contra, afectará al aumento del desequilibrio exterior de Estados Unidos. De la magnitud de ese desequilibrio dependerá, en última instancia, el recrudecimiento de las tensiones proteccionistas en este país y su eventual extensión a otros. Ese es, hoy por hoy, uno de los riesgos más significativos de la crisis. Afortunadamente, la economía española mantiene un volumen de intercambios con aquella región relativamente reducido, sin que por el momento pueda anticiparse un impacto importante sobre su posición exterior. Con todo, la economía mundial registró un crecimiento del 4%, compatible con unos avances significativos en la contención de los déficits públicos y en la estabilidad de los precios. En este contexto, la nota destacada es la continuidad en el debilitamiento de la economía japonesa. En concreto, las últimas previsiones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) para Japón barajan un aumento medio del PIB de tan sólo un 0,5% en 1997. La crisis de las economías asiáticas vino a agravar la debilidad de la economía nipona, muy afectada desde la entrada en vigor en abril de 1997 del presupuesto restrictivo que pretendía corregir el abultado déficit del sector público. La economía estadounidense, por su parte, dio muestras de una enorme fortaleza, combinando un crecimiento económico cercano al 4% con un proceso generalizado de corrección de las tasas de inflación que alcanzaron mínimos históricos en Estados Unidos. La buena marcha de la economía ha redundado en un claro dinamismo del mercado laboral y en el notable avance del proceso de consolidación fiscal, lo que ha permitido una nueva reducción del déficit federal hasta un 0,3% del PIB en el ejercicio fiscal que finalizó en septiembre. En el seno de la Unión Europea, los avances en el proceso de convergencia constituyeron el eje directriz de la política económica. Lo más relevante ha sido la consolidación de la percepción de que el proyecto de la Unión Económica y Monetaria (UEM) será una realidad en 1999, la fecha prevista, y que la formarán un conjunto amplio de países. Hemos asistido, además, a un cambio cualitativo muy importante dentro del debate acerca del euro. Si en los primeros meses se discutía si era posible que países periféricos como España o Italia pudieran formar parte de los fundadores de la UEM en 1999, en el último período del año parecía casi asegurado. En concreto, son once los estados miembros que tienen prácticamente garantizado el acceso. Tan sólo Grecia quedaría excluida por no cumplir los criterios de convergencia fijados en el Tratado de Maastricht, ya que los otros tres (Dinamarca, Suecia y Reino Unido) se han autoexcluido por decisión propia. El euro se convertirá paulatinamente en la única moneda de curso legal en todos los países de la UE, facilitando así la definitiva y total integración de los diferentes mercados nacionales e impulsando la competitividad del viejo continente. Una vez conseguida la convergencia nominal, el paro se reveló como uno de los problemas más acuciantes en el seno de la Unión Europea, tal como se puso de manifiesto en la cumbre sobre el empleo celebrada en Luxemburgo el 20 y 21 de noviembre y cuyo principal país impulsor fue Francia. Sin salir de Europa, se ha
observado un comportamiento dispar entre los países donde la demanda
externa se mantiene como el principal motor del crecimiento (Francia y
Alemania), y aquellos en los que la demanda interna comenzó a mostrar
claros signos de reactivación (España y Portugal). En materia de precios
los resultados han sido harto satisfactorios. Las economías europeas
acentuaron la senda descendente de la inflación, situando sus tasas de
crecimiento en niveles históricamente bajos. En cuanto a la evolución de
los desequilibrios presupuestarios, todos los países de la UE, a excepción
de Grecia, podrían haber situado el déficit público en niveles en torno al
3% del PIB según los criterios de
Maastricht. A diferencia de lo acaecido en ciclos anteriores, el actual proceso de expansión económica se está caracterizando por la persistencia de una contribución positiva del sector exterior al PIB. Tradicionalmente, el sector exterior ha constituido una restricción para nuestro crecimiento económico. Los períodos cíclicos expansivos venían acompañados de una ampliación del desequilibrio exterior propiciado por el deterioro de la balanza comercial de bienes, característica común de la mayoría de los países industrializados, pero que se ha manifestado con mayor intensidad en la economía española. Sin embargo, en el actual ciclo económico, el sector exterior ha sido uno de los principales factores impulsores de la actividad cuando la demanda nacional presentaba signos de debilidad y se destinaba la mayor parte de la producción hacia el exterior. Desde 1996, la recuperación de la demanda interna ha venido acompañada de una aportación positiva del sector exterior al crecimiento del producto que ha continuado a lo largo del año pasado, si bien, a medida que ha transcurrido 1997, se ha podido percibir como el peso del sector exterior disminuía paulatinamente. Se ha observado, pues, un cierto cambio en el comportamiento del sector exterior en el sentido de estar menos sujeto a las fluctuaciones cíclicas que le caracterizaban en el pasado. Además, la evolución de las balanzas por cuenta corriente y de capital señala que la economía española corrigió su desequilibrio exterior. La capacidad de financiación comenzó a ser positiva en 1995. En el año siguiente se mantuvo ese superávit en ambas balanzas gracias al buen comportamiento del déficit comercial (que se ha situado en un 2,6% del PIB, rompiendo la barrera del 3% por primera vez desde 1986) y del superávit de servicios, alcanzándose una capacidad de financiación frente al exterior del 1,4% del PIB. En 1997, la notable mejora de las transferencias y el excelente comportamiento de los ingresos por turismo han determinado un nuevo excedente en la balanza por cuenta corriente y de capital, que tiene todos los visos de superar al del año precedente, a pesar de que la reactivación de la demanda interna está propiciando un mayor ritmo de las importaciones, ampliando así el déficit comercial. Otro de los rasgos que
consolidan la firmeza del sector exterior es el proceso continuado de
apertura e integración en los mercados internacionales. Como se puede
observar en el Gráfico 2, el grado de apertura - calculado como la
participación de las importaciones y las exportaciones en el PIB a precios
constantes - prosigue en 1997 una lenta pero constante trayectoria
ascendente, que se ha traducido en una ganancia de cuota en el mercado
mundial en torno al 2%, según el avance anual de la OMC. Tanto por la
vertiente exportadora como la importadora, el comercio de bienes se
concentra en los países de la UE, si bien se constata una mayor apertura
hacia otros mercados fuera del ámbito comunitario. Todo ello fue posible
en condiciones de una acusada estabilidad del tipo de cambio de la
peseta frente a las monedas de sus principales socios comerciales: los
países de la Unión Europea y los futuros miembros del área del euro. Así,
sobre la base de un tipo de cambio no alejado del de equilibrio, las
empresas españolas pueden llegar a ensanchar sus nichos de mercado sin
necesidad de acudir a las socorridas y recurrentes devaluaciones de la
peseta. Esto es importante en vísperas de la transición a la fase final de
la UEM, en cuyo seno los tipos de cambio serán irrevocablemente
fijos. Otro factor que ha favorecido el avance de la competitividad de nuestros productos ha sido la evolución de los precios y de los costes. Un análisis detallado a través de los índices del tipo de cambio efectivo real con los costes laborales unitarios (CLU) y otras medidas de precios finales, como los precios al consumo (IPC) o los precios industriales (IPRI), revela que se ha producido una mejora en la competitividad, asociada en mayor medida al proceso de desaceleración de los precios al consumo y de los precios de producción. Esta mejoría fue más firme respecto a los países de la OCDE y ha venido determinada, junto con la evolución positiva de la inflación, por una continuada e intensa depreciación del tipo de cambio de la peseta frente al dólar. Durante 1997, el logro en la competitividad medida en términos de costes laborales también fue considerable y, al igual que en los precios, resultó mayor frente a los países industrializados. Por último, el tipo de cambio de la peseta mostró una notable estabilidad frente a las monedas europeas y, consecuentemente, ha respondido de una manera mucho más adecuada a la situación de los precios relativos de nuestra economía, de modo que nuestras empresas pudieron competir en un mercado internacional sin las distorsiones de un tipo de cambio sobrevalorado o infravalorado. Los datos hablan por sí solos. De acuerdo con la información disponible sobre demanda exterior, todavía incompleta para el conjunto del año 1997, las exportaciones de bienes manifestaron un notable dinamismo, alcanzando crecimientos en torno al 15% en términos reales, tasa superior a la registrada en 1996. Así, tras las ganancias de competitividad alcanzadas por las devaluaciones de 1993, la actividad exportadora ha mantenido un ritmo de crecimiento real elevado, que se ha manifestado con gran intensidad el año pasado gracias al mayor vigor de las ventas de bienes de equipo y al perfil más acelerado de las exportaciones de bienes de consumo. Este auge de las exportaciones españolas, cercano al 20% en términos nominales, se ha traducido en un crecimiento generalizado, aunque desigual, de las ventas de las distintas Comunidades Autónomas. Aquellas que han elevado sus exportaciones por encima de la media nacional son el País Vasco, Extremadura, Asturias, Madrid, La Rioja y Cataluña. Por el contrario, las Comunidades Autónomas que presentaron un tono más deprimido fueron Baleares y Canarias. Entre las más activas, el País Vasco, Madrid y Cataluña son las más importantes en términos absolutos, ya que el valor conjunto de sus ventas supone más del 60% del total. El mayor crecimiento de las exportaciones de Madrid y del País Vasco se concentró en el sector de bienes de equipo y, especialmente en ésta última comunidad, en el sector de las semimanufacturas. Según la distribución geográfica de las exportaciones, las destinadas a países de fuera de la UE han exhibido un aumento más acentuado. El vigor de la economía estadounidense y el escenario económico más favorable de los países latinoamericanos, junto con la apreciación del dólar, son los factores que explican la fortaleza de las ventas dirigidas a estos países. En este sentido, es previsible una cierta reducción de las exportaciones hacia Estados Unidos al hilo de la prevista moderación de su economía, que probablemente sea compensada con el auge que puedan registrar las que tienen su destino en los países comunitarios. La postergada recuperación europea se ha manifestado en nuestras ventas dirigidas a Francia y Alemania. Se ha constatado una leve pero continuada pérdida de la importancia relativa de nuestros principales socios comunitarios en consonancia con la debilidad de su demanda interna. Sin embargo, surge una perspectiva favorable en la medida en que avancen su posición en el actual ciclo económico. Por lo que se refiere a las
importaciones, éstas presentaron una tasa de variación interanual superior
al 10% en términos reales, frente al 5,5% de 1996. Resulta llamativo el
repunte de las importaciones de bienes intermedios, en consonancia con la
aceleración de la actividad industrial. También sobresale la firmeza de
las compras de bienes de consumo, fiel reflejo de la fortaleza del consumo
privado en el último trimestre del año. Estos resultados presagiaron el
agotamiento de la aportación positiva de la demanda exterior en este
período, aunque para el conjunto de 1997 su contribución al crecimiento
del PIB será positiva y superior a medio punto
porcentual. El balance turístico de 1997 ha sido muy satisfactorio. Según las cifras de la balanza de pagos, los ingresos por turismo han prolongado la trayectoria ascendente iniciada a mediados de 1996, registrando un crecimiento acumulado superior al 8% en términos reales con respecto a dicho año. Además, estos ingresos han supuesto más del 7% del PIB a precios constantes, frente al 6,7% de 1996. El análisis desagregado de los indicadores ratifica esta valoración. La afluencia turística sobrepasó las previsiones más optimistas: tanto el número de viajeros hospedados en hoteles como el de pernoctaciones efectuadas en este tipo de alojamientos acentuaron su ritmo de avance. Al cierre del ejercicio 1997, se registró un aumento superior al 6% del número de viajeros. Este resultado, junto con un crecimiento nominal de los ingresos del 12%, supone que el gasto por turista se ha incrementado, lo que a efectos económicos tiene una mayor importancia. Este comportamiento tan
positivo se ha visto favorecido por la apreciación del dólar y la libra,
así como por la situación de bonanza por la que atraviesan las economías
ligadas a estas monedas. Estas circunstancias han compensado el fuerte
repunte que han experimentado los precios de los hoteles y de los
servicios turísticos en el pasado período estival. No obstante, es injusto
justificar la expansión del turismo tan sólo por factores relacionados con
la recuperación de la economía internacional y la apreciación del dólar.
El año 1997 recogió los primeros frutos de un nuevo planteamiento del
sector turístico, más orientado a la calidad, a la oferta de nuevas
tipologías turísticas y a la mejora de las infraestructuras. Un proyecto
en el que se han involucrado la Administración, las Comunidades Autónomas
(a las que se han transferido gran parte de las competencias) y el sector
privado, para aunar esfuerzos que potencien esta actividad y consoliden
nuestra posición internacional. El reto está ahí y los resultados más
recientes ofrecen una perspectiva bastante alentadora de cara al futuro
del sector. En un contexto de creciente asunción por las empresas españolas de los retos de la apertura internacional hay que contemplar el crecimiento, hasta niveles desconocidos, de las inversiones directas en el exterior. La inversión directa de dos billones de pesetas en adquisiciones de empresas o en su creación, supera en un 56% la correspondiente a 1996 y en más del 100% la de 1995. A pesar de que sigue estando muy concentrada sectorial y geográficamente, esa presencia inversora en el exterior habrá de facilitar la subsiguiente de otras empresas de menor tamaño, afianzando a su vez el crecimiento de las ventas al exterior. En 1997, las inversiones españolas en América Latina han sido más importantes que las de los inversores tradicionales en aquella región, como EEUU, contribuyendo al fortalecimiento de sectores clave de aquellas economías y, en cierta medida, actuando de arrastre para otras empresas españolas de menor tamaño dispuestas a materializar también proyectos de internacionalización. A las empresas de servicios públicos (eléctricas, con un marcado liderazgo reciente de Endesa, además de la ya tradicional presencia de Telefónica) y las de servicios financieros (banca y seguros) empiezan a sumarse las enclavadas en otros sectores (cemento, vehículos industriales, fundición de aceros, servicios a las empresas, etc.) que en cierta medida son premonitorias de una continuidad de esa presencia exterior. En definitiva, son señales más esperanzadoras que este impulso cíclico en el que está inmersa la economía, tanto más si tenemos en cuenta que las empresas no han dispuesto de incentivos específicos para esas decisiones de apertura, salvo el importante saneamiento financiero registrado en estos dos últimos años. Estos cambios en la forma de conducir las empresas serán los que garanticen en mayor medida la capacidad de la economía española para crecer y resistir cualquier perturbación externa en el seno de la venidera UEM. Aún cuando la presencia de inversión directa procedente de los principales países industrializados todavía sigue siendo significativamente importante, no puede pasarse por alto que se viene advirtiendo una disminución del ritmo de avance de este tipo de inversión. El punto de partida se remonta a comienzos de la década de los 90, a raíz del debilitamiento cíclico de los países de la OCDE y del descenso de las ratios de rentabilidad de nuestro país. La reactivación económica de 1994, y el nuevo auge de la inversión extranjera directa que observamos desde 1995 en el ámbito mundial, no fueron suficientes para que la actividad inversora extranjera abandonara ciertos síntomas de agotamiento en nuestro país. En un escenario de progresiva liberalización de los mercados de capitales, somos espectadores de un cambio de tendencia hacia la primacía de los países en desarrollo como destinatarios de fondos, entre los que China y América Latina emergen como los primeros receptores. En 1997, pese a la recuperación económica de los países del área de la OCDE y a la mejora de la rentabilidad y la salud financiera de las compañías españolas, las inversiones directas procedentes del exterior mantuvieron un progreso similar al del año 1996, que se materializó en operaciones de adquisición de sociedades y de ampliación de capital, dentro de las cuales la Unión Europea mantuvo su predominio tradicional. Frente a la práctica estabilización de las inversiones extranjeras directas, destaca la mayor importancia relativa de las adquisiciones de valores públicos por parte de los no residentes, cuya trayectoria estuvo muy condicionada por la evolución de los mercados financieros y de cambios. El entorno cambiario prevaleciente en 1997 se ha desarrollado en un clima de estabilidad respecto al conjunto de las divisas de los principales países europeos. Las perspectivas crecientes de participación en el euro han facilitado una notable estabilidad de la cotización de la divisa, que paulatinamente se ha ido acercando al tipo de cambio central del Sistema Monetario Europeo (SME) de 85,07 pesetas por marco. Tan sólo la oleada de eurodudas en el primer trimestre provocó fuertes cesiones de la moneda española, que fue sostenida por intervenciones del Banco de España para evitar deslizamientos por encima de las 85 PTA/marco. En cambio, el cruce con el dólar dibujó una tendencia claramente alcista, observándose alguna depreciación puntual a finales del verano relacionada con unas mejores perspectivas para Europa. En cuanto a los mercados financieros, el favorable comportamiento de la inflación y el factor euro han impulsado un acelerado proceso de reducción de los tipos de interés en nuestro país. El Banco de España ha recortado su tipo de interés de referencia en un punto y medio hasta situarlo en el 4,75%. El ritmo del proceso obedeció en un primer momento a la evolución de las variables macroeconómicas españolas, fundamentalmente la ausencia de presiones inflacionistas y un aumento moderado de la actividad económica. Los recortes del tipo de intervención efectuados por el Banco de España se iniciaron en enero con un descenso de 25 puntos básicos (pb) y, posteriormente, se acometieron tres movimientos a la baja, el último en mayo, que situaba el tipo decenal en el 5,25%. Este último movimiento daría paso a un período de estabilidad durante el tercer trimestre del año que finalizó en octubre, cuando el Banco de España tomó la decisión de acometer un nuevo recorte de 25 pb del tipo de intervención, una vez presentado el Proyecto de Ley de los Presupuestos Generales del Estado para 1998. Este último movimiento se anticipó a la decisión de tensar los tipos de interés oficiales que el 9 de octubre llevaron a cabo un conjunto de bancos centrales liderados por el Bundesbank (Alemania, Francia, Austria, Dinamarca, Países Bajos y Bélgica). En el caso de Alemania, el tipo repo se situaba en el 3,30%, reduciéndose así el diferencial frente al tipo de intervención español hasta 170 pb. El aumento de 30 pb del tipo repo alemán sorprendió a los mercados, que no esperaban subidas de tipos hasta finales de año. En consecuencia, las curvas de rentabilidad se tensaron en todos los mercados europeos, correspondiendo los mayores movimientos a los tramos cortos en el caso de los países del grupo antes mencionado, que anunciaron subidas de tipos similares. El último movimiento del año se produjo el 16 de diciembre y esta vez ya venía exclusivamente explicado el recorte por el factor euro. La evolución global de los
tipos de interés de la deuda pública tuvo un recorrido bajista, similar en
términos cuantitativos al producido en los tipos a corto plazo. Las
rentabilidades que se han alcanzado en España son mínimos históricos en
todos los plazos, al igual que en gran parte de los mercados europeos.
Este movimiento a la baja se vio acentuado en los últimos meses de 1997 a
raíz de la crisis asiática. Sin embargo, esta evolución general enmascara
un comportamiento desigual a lo largo del año. Las semanas finales de
enero marcaron el punto máximo de las expectativas favorables a la
incorporación de España a la tercera fase de la UEM en 1999, lo que se
reflejó en los mínimos de rentabilidad alcanzados en todas las referencias
de la deuda del Estado. Entre febrero y marzo, las expectativas de los
agentes sobre el proceso de convergencia hacia la moneda única en 1999 se
deterioraron de forma notable, más por causa de rumores y comentarios que
debido a nuevos elementos reales. Proveniente del otro lado del Atlántico,
un elemento adicional que ha pesado sobre los mercados, alejándolos de los
mínimos de rentabilidad alcanzados en enero, fue el gran vigor de la
economía norteamericana. Desde entonces, a medida que aumentaba la
probabilidad que los mercados asignaban a un inicio puntual de una UEM
amplia, y tras la reunión en septiembre del Consejo de Ministros de
Economía y Finanzas (ECOFIN), en la que se anunció que los tipos
bilaterales de conversión al euro se conocerían al mismo tiempo que los
países que formarán parte de la tercera fase de la UEM, los diferenciales
de los tipos de interés a largo plazo de la peseta frente al marco
alcanzaron nuevos mínimos históricos. Los condicionantes antes expuestos
tuvieron un fiel reflejo en las operaciones de deuda pública española
efectuadas por no residentes, cuyo comportamiento fue muy errático durante
1997. Según las cifras de la Central de Anotaciones a Cuenta del Banco de
España (Cuadro 10), la cartera a vencimiento de los no residentes
experimentó en los primeros meses un descenso considerable, fruto de las
tensiones en los mercados de la deuda. La estabilización posterior se
tradujo en una notable inversión, que compensó sobradamente las ventas
anteriores. De este modo, el nivel alcanzado supera al del año 1996. Esta
recuperación de los tenedores extranjeros de deuda pública se explica por
las expectativas de ganancias ante las disminuciones esperadas de los
tipos de interés y al mantenimiento de diferenciales de rentabilidad de
los activos españoles a largo plazo frente a los países de la UE, aunque
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