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  Domingo, 24 de junio de 2001  
Año XIV,   Número 816
 
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LA SEMANA
 
Vieja economía 
     
  EMILIO ONTIVEROS

Uno de los elementos más preocupantes que se deducen de la información sobre el crecimiento de la economía española durante el primer trimestre de este año es la desaceleración en términos interanuales de la inversión en bienes de equipo. Descensos tales son poco compatibles con el por tantas razones necesario crecimiento de la productividad. Que la productividad alcance ritmos de crecimiento razonables es, por ejemplo, una de las más importantes condiciones que puede contribuir a asegurar la viabilidad del sistema público de pensiones, de renovada actualidad tras conocerse la atención que le presta el último Informe Económico sobre España de la OCDE. Aunque de forma menos intensa y más dispersa en su tratamiento, las consideraciones que en esa revisión anual se hacen sobre la productividad del trabajo (la cantidad de producto por hora trabajada) de la economía española no son menos relevantes.

En el periodo 1987-1994 la tasa media de crecimiento de la productividad fue del 2,3% (cuatro décimas superior al promedio de los países que integraron el área euro y seis décimas por encima del promedio de la OCDE), mientras que en los años 1994-2000, con una tasa media de crecimiento del 0,8% nos situamos en la última posición de ambas zonas, con promedios de 1,2% en el área euro y del 1,7% en la OCDE. El diferencial de productividad frente a los países del área euro se amplía cuando las comparaciones se centran en la industria, dado su más pronunciado descenso en el último lustro. El declive de ese indicador desde mediados de los noventa en nuestro país se nos presenta como la contrapartida más explícita del crecimiento del empleo en el mismo periodo, pero hay que tener cuidado en no considerarla como el acompañante inseparable del buen comportamiento de los mercados de trabajo. En las economías de EE UU, Irlanda, Finlandia o Suecia, nos advierte la OCDE, una notable creación de empleo ha coexistido con elevaciones igualmente destacables de las ganancias de productividad. La intensidad de la inversión en nuevas tecnologías, el arraigo de la 'nueva economía', es la explicación del aumento en el potencial de esos países. Algo imposible de observar en España a lo largo de esta última fase de crecimiento de su economía.

El gasto total en tecnologías de la información y de las telecomunicaciones se mantiene en España por debajo del 2% del PIB, mientras que el promedio de la OCDE es superior al 4%. Cualquier otro indicador de la penetración en España de esos vientos de renovación no es más favorable: el número de usuarios de Internet ( 9,2 por cada 100 habitantes, frente al 10,9 de promedio en la OCDE), los hosts de Internet (15,7 por cada 100 habitantes, frente a 37,5 en la OCDE) o el volumen de comercio electrónico ilustran ese retraso, cuya excepción más destacable es el rápido desarrollo que está teniendo la actividad bancaria en la red o, más concretamente, las importantes inversiones que algunas entidades han hecho en ese canal.

Una de las razones que aporta la OCDE a esa relativamente lenta irrupción en España es el coste relativamente elevado de la telefonía fija, superiores al promedio de las vigentes en los países industrializados. Quizás más vinculante en la explicación no sólo de esa posición en la nueva economía, sino de la más genérica evolución de la productividad de nuestra economía es el reducido esfuerzo que representa la inversión en investigación y desarrollo: frente a un 2% del PIB de promedio en la OCDE, en España ese gasto ha descendido durante los noventa, situándose en 1999 por debajo del 0,5% del PIB.

Una razón para la esperanza: a poco que apliquemos las políticas correctas y asignemos recursos superiores a los asignados hasta ahora, la economía española podrá experimentar un salto significativo . La transición a la nueva economía se nos presenta ahora más que nunca como la precondición para financiar las pensiones de los cada día menos viejos ciudadanos.