Europa crece poco. Desde hace treinta años la tasa de crecimiento del valor de la producción de bienes y servicios en lo que hoy es la Unión Europea ( UE) no ha dejado de descender. Una suerte de agotamiento incapaz de generar empleo a un ritmo suficiente y una tasa de desempleo en niveles relativamente elevados.

El contraste con lo ocurrido en la economía estadounidense , en particular a partir de los noventa, es suficientemente acusado como para justificar la realización de análisis suficientemente detallados de la causas de esa divergencia. De su reducción dependerá en última instancia la propia legitimación del proyecto integrador. El objetivo de esta segunda serie de artículos es precisamente la revisión de las razones que explican la existencia de esa brecha en crecimiento y las posibles vías de reducción. Un centro de atención subrayado en el Consejo de Lisboa de marzo de 2000, cuyo interés queda fortalecido por los propósitos de la presidencia española de la UE y, adicionalmente, por las eventuales respuestas destinadas a superar la actual desaceleración en que se encuentran inmersas todas las economías. Podría ocurrir que, tras superar la recesión actual más rápidamente de lo previsto, la economía estadounidense volviera a registrar ritmos de crecimiento superiores a los europeos, invalidando definitivamente aquellas presunciones que situaban a la UE como la dinamizadora del crecimiento mundial, mientras EEUU purgaba largamente los excesos de la segunda mitad de los noventa. Tiempo habrá en los próximos meses de verificarlo, pero por el momento la historia no avala el optimismo. Veámoslo.
En el periodo 1975-1985 el crecimiento del PIB real en EEUU fue del 3.4%, frente al 2.3% en lo que hoy es la UE; España ( 1.6%) y Suecia ( 1.5%) fueron los que registraron menor ritmos de crecimiento. En los cinco años siguientes la tasa de crecimiento fue la misma ( 3.2%) a ambos lados del Atlántico, siendo la economía japonesa la que se diferenció del resto, con una tasa del 5.2%. Entre 1990 y 1995 los tres grandes bloques redujeron significativamente su ritmo de expansión, pero fue mucho menos acusado en EEUU que creció a una tasa media del 2.4% frente al 1.5% de Europa y Japón; España en estos cinco años apenas se distanció del promedio europeo. Fue en el lustro final del siglo veinte cuando EEUU registra esta nueva edad dorada, con una tasa media de crecimiento en el valor de su producción del 3.9%, frente al 1.1% de Japón y el 2.6% de la UE.

Europa ha crecido menos que EEUU en los últimos años no sólo porque ha utilizado los factores de producción disponibles a un menor ritmo, sino porque lo ha hecho de forma menos eficiente; esto último es lo que mide el crecimiento de la productividad: el valor de la producción por unidad de factor utilizada. La tasa de empleo ( la proporción de personas en edad de trabajar que están empleadas) que se encontraba aproximadamente en el mismo nivel a principios de los setenta, ha evolucionado de forma más favorable en EEUU que en Europa, hasta situarse en el 75% al término de 2001, frente al 66% en la UE; en ese mismo año España., con un 59%, exhibía la menor tasa de ocupación de la UE, junto a Grecia ( 56%). Junto a esa menos favorable evolución del empleo en la UE, el valor generado por el mismo ( la productividad) lo hacía en la misma dirección, ampliando la brecha correspondiente durante la segunda mitad de los noventa; al término de 2001, la productividad del trabajo en la UE era equivalente al 73% de la estadounidense; la de España se situaba en el 65%.

Como consecuencia de ello, la brecha en renta por habitante entre EEUU y la UE no ha dejado de ampliarse, siendo ahora superior a la existente hace un cuarto de siglo. Con cifras de la Comisión Europea ( European competitiveness report 2001), desde 1991, cuando el conjunto de los quince mantenía un PIB por habitante equivalente a poco más del 70% del de EEUU, esa proporción se ha ido reduciendo hasta caer al 65% de 2001 ; en el seno de la UE, las diferencias son significativas: desde el 127% de Luxemburgo o el 80% de Irlanda, hasta el 45% de Grecia, el 48% de Portugal o el 53% de España. La demostración de que la ubicación en el viejo continente no es una condición para el estancamiento económico la proporciona Irlanda que, a finales de los ochenta tenía una renta per capita inferior al 50% de la de EEUU; el estirón irlandés tuvo lugar en la segunda mitad de los noventa, cuando, frente a una tasa de crecimiento del promedio de la UE, del 2.6%, la irlandesa superó el 9.1%. Este país, junto a Finlandia y Luxemburgo son los únicos que tanto en crecimiento del empleo como del de la productividad del trabajo superan a EEUU en la segunda mitad de los noventa. Excepciones sobre las que es posible asentar la esperanza de convergencia real. De sus fundamentos se tratará de dar cuenta en los próximos artículos.


Por Emilio Ontiveros Baeza