La red, la extensión de la conectividad que propicia entre distintos agentes, dota al proceso de globalización de un poderoso mecanismo para superar las restricciones geográficas que se suponían implícitas a esa dinámica de unificación del espacio económico y financiero internacional. De su creciente ubicuidad, de la extensión de sus aplicaciones y su fácil y barata permeabilidad geográfica, se derivan implicaciones cuyo alcance apenas se ha podido anticipar. Algunas de ellas pueden condicionar aspectos básicos del sistema económico, como es el grado de competencia en determinados mercados, la fiscalidad de las transacciones que se llevan a cabo en la red o la preservación de los derechos de propiedad. Como ya ocurriera con otras discontinuidades tecnológicas, el ritmo al que está teniendo lugar la transición a la sociedad de la información está siendo mucho más rápido que la disposición de respuestas para esos nuevos retos y problemas que se plantean. Son problemas, algunos de ellos, que ya se habían puesto de manifiesto antes de la emergencia de la red, con ocasión del avance de los procesos de liberalización y desregulación comercial y financiera de la pasada década, pero que ahora desvelan en mayor medida la ampliación de esa asimetría entre su verdadera naturaleza global y el carácter todavía nacional de los mecanismos de supervisión y gobernación.

Una de las más visibles consecuencias de la extensión de la red es la creación de nuevas configuraciones de poder de mercado, compatibles con esa aproximación que comentamos en artículos anteriores al ideal del mercado perfecto que algunas de las posibilidades transaccionales ofrecen en el ciberespacio. Junto a la mayor transparencia, la reducción de los costes de búsqueda o la eliminación de las barreras a la entrada de intermediarios, la pretensión por generar los “efectos de red” propicia la consecución de tamaños medios de las empresas mucho mayores que pueden derivar en situaciones próximas al monopolio, en no pocas ocasiones auspiciadas por esa ya visible tendencia a la formación de alianzas entre empresas, con bastante independencia del sector en el que operan. Frente a ello, las autoridades de defensa de la competencia siguen en la mayoría de los países dependientes de códigos de otra época y con una capacidad de actuación mucho más limitada que la de las empresas a las que supervisan. El equilibrio entre el estímulo a la innovación y la preservación del libre juego del mercado plantea situaciones sin precedentes en el sector de las tecnologías de la información, como bien ha demostrado el controvertido proceso abierto contra Microsoft en EEUU y su desenlace.

La preservación de los derechos de propiedad es otro de los ámbitos que la red ha contribuido a cuestionar. Las fuentes de propiedad intelectual, en particular, cobran en la economía del conocimiento un protagonismo sin precedentes, en la medida en que constituyen fuentes de creación de valor mucho más relevantes que en la vieja economía, pero su definición, regulación y defensa requiere de actuaciones distintas, sin duda más complejas, a las arbitradas con una proyección exclusivamente nacional. La preservación de ese otro equilibrio, el existente entre los derechos de los propietarios y la libertad de los usuarios, entre creación y difusión de la información, está lejos de encontrar soluciones unívocas y, mucho menos, válidas para todos los países en liza. Los casos de Napster o Scour.com son dos de los más difundidos que servirían para ilustrar esa inconsistencia.

No menos importantes e igualmente expresivos de esa asimetría entre la extensión de la red y su gobernación, son los aspectos relativos a la fiscalidad de las transacciones que se llevan a cabo en las plataformas basadas en internet. Más allá de los defensores de la exención de tributación de las operaciones en la red, ya sea como estímulo a la extensión de la misma y a sus tecnologías asociadas o, directamente, como palanca a través de la cual favorecer el nada nuevo propósito de reducción de la presión fiscal, la migración de un volumen creciente de comercio a la red no facilita la identificación de los sujetos pasivos y, en no pocos casos, del mero hecho imponible. La discusión sobre la jurisdicción relevante es también otro de los elementos aceleradores de ese cuestionamiento de los sistemas tributarios, sugiriendo su tan rápida como profunda reforma, especialmente en aquellos países en los que esa migración de transacciones al ciberespacio está siendo más rápida.

Son estos algunos de los exponentes hasta ahora más destacados de esa asimetría entre gobiernos y sistemas de supervisión esencialmente concebidos para economías cerradas y una dinámica de expansión empresarial con una proyección cada día más global y transfronteriza. Manifestaciones de esa brecha entre la cada día más explícita unificación del espacio económico y la fragmentación de su gobernación. La solución no pasa, evidentemente, por limitar las fuerzas que impulsan a la primera de esas tendencias, sino por asumir la cada vez más imperiosa necesidad de globalizar las posibilidades para su supervisión y control. Ese es el verdadero reto a satisfacer para que las amenazas asociadas al perfeccionamiento de la dinámica de integración global al que conduce la red sigan siendo muy inferiores a sus indudables ventajas.

Por Emilio Ontiveros Baeza