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EMILIO ONTIVEROS
No hubiera sido necesario esperar
a conocer el resultado de la subasta de letras del Tesoro
celebrada el martes pasado para concluir en el intenso
deterioro que había experimentado el riesgo argentino. Un día
antes de que esa licitación (820 millones de dólares a 91
días) tuviera lugar, el ministro Cavallo reclamó, al parecer,
a los principales bancos establecidos en su país el cobro de
una 'tasa patriótica' sobre esos fondos, inferior a ese 14,01%
con que finalmente se cerró la subasta, cinco puntos
porcentuales por encima de lo pagado dos semanas antes en una
operación similar.
Tampoco sorprende que a tenor de
ese resultado el ministro reconociera que captar dinero en
esas condiciones era equivalente a no tener crédito. Se podría
añadir que a ese precio tampoco hay recuperación económica que
valga. La reacción del Gobierno a esa sequía de recursos
financieros externos no ha sido tanto tratar de compensarla
mediante la obtención de ingresos internos, sino a través de
la reducción drástica de los gastos públicos (otra vez
reducciones en los sueldos de los funcionarios y en las
prestaciones a los pensionistas, fundamentalmente) de forma
que éstos no superen a aquéllos y, de paso, absorban el
déficit ya existente, del orden de 1.600 millones de dólares.
Un empeño ciertamente difícil, y
poco original. Cavallo, recuérdese, volvió al ministerio en
marzo tras el cese de Ricardo López Murphy, que apenas
permaneció en el cargo 15 días después de que hiciera públicas
sus intenciones de ajuste presupuestario, en modo alguno más
drásticas que las que ahora propone su sucesor. La diferencia,
además de la no poco importante del tiempo transcurrido, es
que el entorno económico externo y la situación política
interna en que van a tratar de concretarse esos propósitos, es
bastante más adverso.
A la degradación decidida por una
de las principales agencias de calificación crediticia sobre
la deuda pública a largo plazo hay que añadir una mayor
aversión al riesgo de los mercados emergentes por parte de la
comunidad inversora internacional, amparado en las más
explícitas dificultades para mantener un ritmo de crecimiento
aceptable en la generación de ingresos por exportaciones.
Además, esa Administración ha utilizado dos medidas de difícil
reedición: la consecución en diciembre de ese paquete de apoyo
financiero (por 39.700 millones de dólares) organizado por el
Fondo Monetario Internacional, en el que participaron el Banco
Mundial y el Gobierno español, y el megacanje de deuda
pública mediante el que se diferían vencimientos de la deuda
pública por 30.000 millones de dólares.
Difícil tesitura, especialmente
para un Gobierno sin la cohesión suficiente en la coalición
que lo sostiene y unas elecciones al Congreso en octubre; la
necesaria colaboración en el ajuste presupuestario de los
Gobiernos de las provincias (en poder mayoritariamente de la
oposición) tampoco facilita las cosas. El problema
fundamental, en todo caso, radica en la parquedad de los
ingresos públicos. Si en condiciones de crecimiento normales
la recaudación tributaria no supera el 17 % del PIB, tras tres
años largos de recesión y una tasa de desempleo cercana al
16%, las posibilidades de saneamiento financiero exigen
necesariamente agravar la debilidad económica y la
conflictividad social asociada. Argentina paga ahora en exceso
los costes de la única asignatura que dejó pendiente en sus
planes de reforma económica tras la primera llegada, hace
justamente 10 años, de Domingo Cavallo al ministerio: la
ausencia de una reforma tributaria que garantizara una menor
dependencia del ahorro externo. La otra rémora es un régimen
cambiario que sirvió a sus propósitos antiinflacionistas hace
una década, pero que tras la depreciación de las monedas de
sus principales socios comerciales, se ha convertido en una
trampa.
Ese país tiene, efectivamente, la
misma moneda que EE UU, pero sus tipos de interés no han
seguido el mismo camino que los del vecino del norte. La
intensa dolarización de los pasivos (superior al 70% en el
sector privado) impide considerar como viable la opción de la
devaluación, pero la hoy más próxima incapacidad de generación
de recursos para atender el servicio de la deuda puede
terminar por hacerla
inevitable. |