Dudas razonables las de la Comisión Europea (CE) y del Fondo
Monetario Internacional (FMI) acerca de la solidez e inmediatez de
la recuperación económica en la zona euro. Este último, en su
reciente World Economic Outlook, además de reducir las
previsiones de crecimiento que había formulado en abril, en cinco y
seis décimas (hasta el 0,9% y 2,3%) en éste y el próximo año,
respectivamente, advierte de las mayores dificultades que las
economías europeas pueden encontrar frente a las hoy anticipadas
para las norteamericanas y las emergentes asiáticas. Que el sector
exterior continúe siendo el principal impulsor del modesto
crecimiento observado desde finales de 2001 será tanto más
improbable cuanto menor o más tardía sea la recuperación del
comercio internacional. Y el clima ahora existente no es
precisamente el más propicio para una rápida revitalización de la
demanda exterior, aun cuando el euro no se aprecie más desde los
niveles actuales. Junto a ello, la atonía de la demanda interna en
las principales economías del área y el debilitamiento de la
confianza de empresas y familias otorgan verosimilitud a esa
previsión de crecimiento para el conjunto de este año.
Es esa diezmada confianza de los agentes, en mayor medida que la
sucesión de indicadores históricos adversos, la que resulta más
inquietante y la que de forma suficientemente explícita se ha venido
reflejando en las cotizaciones de los mercados de bonos y acciones.
Demasiado explícita, cabría decir, porque los mercados de acciones
de la eurozona, a pesar de que su volumen de capitalización es
significativamente inferior a los de EE UU, han sufrido una sangría
muy superior desde que comenzara, en 2000, esta suerte de
crash por entregas. Por difícil que resulte estimar la
magnitud de la inhibición de las decisiones de gasto de las familias
derivadas de ese manifiesto empobrecimiento y de la menor seguridad
hoy existente, también es comprensible que se contemple el horizonte
inmediato con muchas más cautelas que las habituales. Por la misma
razón, los agentes económicos miran a sus gobiernos y se preguntan
por su capacidad y voluntad para reducir algunas de las ya
explícitas amenazas sobre su bienestar.
El margen de maniobra de que disponen las autoridades de las
economías que comparten el euro no es excesivo. Pero existe, y la
obligación de los gobiernos es sopesar si la magnitud de las
amenazas al bienestar son suficientemente importantes como para
asumir el riesgo de agotamiento de las terapias o el de algunos
efectos secundarios de las mismas. Ese análisis ya lo hizo el
Gobierno francés cuando su presidente anunció que sus compromisos de
estabilidad presupuestaria quedaban condicionados a un crecimiento
de su economía no inferior al 3%. Hace unos días lo ha hecho la
Comisión Europea, al entender que la aspiración al equilibrio
presupuestario para el conjunto de las economías de la zona puede
aplazarse hasta que vengan mejores tiempos. De forma menos
explícita, las autoridades alemanas han asumido igualmente que el
grado de saneamiento de sus finanzas públicas tampoco será el
pretendido. De Italia ni siquiera se esperan excesivas
justificaciones de esa aproximación a la frontera del 3% del PIB en
su déficit público.
Divergencias significativas todas ellas respecto de las
aspiraciones de hace unos años, pero en modo alguno expresivas de un
deterioro irreversible de las finanzas públicas. Ni los déficit ni
la deuda pública han vuelto a niveles que lastren las posibilidades
de crecimiento de Europa. Los mercados de bonos, por su parte, lejos
de cotizar esas divergencias, mantienen precios muy elevados (tipos
de interés muy bajos), sin que los diferenciales en sus tipos de
interés se hayan mostrado sensibles a esa desigual evolución de las
finazas públicas: a Alemania, con un déficit cercano al 3% de su
PIB, le cobran menos los mercados por su deuda que, por ejemplo, al
Reino de España, sin déficit. Que el Gobierno de España, un año más,
aspire a equilibrar sus ingresos y gastos es dudoso que sea
compatible con esa necesidad de exorcizar los demonios recesivos,
mucho menos con las exigencias de fortalecimiento de la base de
capital que sigue precisando nuestra economía para acercarse
rápidamente a los niveles de productividad y renta por habitante de
nuestros socios.