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Restaurar la confianza

EMILIO ONTIVEROS


Ni los déficit ni la deuda pública han vuelto a niveles que lastren las posibilidades de crecimiento económico de Europa

Dudas razonables las de la Comisión Europea (CE) y del Fondo Monetario Internacional (FMI) acerca de la solidez e inmediatez de la recuperación económica en la zona euro. Este último, en su reciente World Economic Outlook, además de reducir las previsiones de crecimiento que había formulado en abril, en cinco y seis décimas (hasta el 0,9% y 2,3%) en éste y el próximo año, respectivamente, advierte de las mayores dificultades que las economías europeas pueden encontrar frente a las hoy anticipadas para las norteamericanas y las emergentes asiáticas. Que el sector exterior continúe siendo el principal impulsor del modesto crecimiento observado desde finales de 2001 será tanto más improbable cuanto menor o más tardía sea la recuperación del comercio internacional. Y el clima ahora existente no es precisamente el más propicio para una rápida revitalización de la demanda exterior, aun cuando el euro no se aprecie más desde los niveles actuales. Junto a ello, la atonía de la demanda interna en las principales economías del área y el debilitamiento de la confianza de empresas y familias otorgan verosimilitud a esa previsión de crecimiento para el conjunto de este año.

Es esa diezmada confianza de los agentes, en mayor medida que la sucesión de indicadores históricos adversos, la que resulta más inquietante y la que de forma suficientemente explícita se ha venido reflejando en las cotizaciones de los mercados de bonos y acciones. Demasiado explícita, cabría decir, porque los mercados de acciones de la eurozona, a pesar de que su volumen de capitalización es significativamente inferior a los de EE UU, han sufrido una sangría muy superior desde que comenzara, en 2000, esta suerte de crash por entregas. Por difícil que resulte estimar la magnitud de la inhibición de las decisiones de gasto de las familias derivadas de ese manifiesto empobrecimiento y de la menor seguridad hoy existente, también es comprensible que se contemple el horizonte inmediato con muchas más cautelas que las habituales. Por la misma razón, los agentes económicos miran a sus gobiernos y se preguntan por su capacidad y voluntad para reducir algunas de las ya explícitas amenazas sobre su bienestar.

El margen de maniobra de que disponen las autoridades de las economías que comparten el euro no es excesivo. Pero existe, y la obligación de los gobiernos es sopesar si la magnitud de las amenazas al bienestar son suficientemente importantes como para asumir el riesgo de agotamiento de las terapias o el de algunos efectos secundarios de las mismas. Ese análisis ya lo hizo el Gobierno francés cuando su presidente anunció que sus compromisos de estabilidad presupuestaria quedaban condicionados a un crecimiento de su economía no inferior al 3%. Hace unos días lo ha hecho la Comisión Europea, al entender que la aspiración al equilibrio presupuestario para el conjunto de las economías de la zona puede aplazarse hasta que vengan mejores tiempos. De forma menos explícita, las autoridades alemanas han asumido igualmente que el grado de saneamiento de sus finanzas públicas tampoco será el pretendido. De Italia ni siquiera se esperan excesivas justificaciones de esa aproximación a la frontera del 3% del PIB en su déficit público.

Divergencias significativas todas ellas respecto de las aspiraciones de hace unos años, pero en modo alguno expresivas de un deterioro irreversible de las finanzas públicas. Ni los déficit ni la deuda pública han vuelto a niveles que lastren las posibilidades de crecimiento de Europa. Los mercados de bonos, por su parte, lejos de cotizar esas divergencias, mantienen precios muy elevados (tipos de interés muy bajos), sin que los diferenciales en sus tipos de interés se hayan mostrado sensibles a esa desigual evolución de las finazas públicas: a Alemania, con un déficit cercano al 3% de su PIB, le cobran menos los mercados por su deuda que, por ejemplo, al Reino de España, sin déficit. Que el Gobierno de España, un año más, aspire a equilibrar sus ingresos y gastos es dudoso que sea compatible con esa necesidad de exorcizar los demonios recesivos, mucho menos con las exigencias de fortalecimiento de la base de capital que sigue precisando nuestra economía para acercarse rápidamente a los niveles de productividad y renta por habitante de nuestros socios.



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