Los flujos de inversión extranjera directa son considerados el colesterol
bueno de los flujos internacionales de capital. Constituyen la modalidad
menos volátil, con mayor grado de compromiso a largo plazo en la economía a
la que se dirigen. Son el vehículo de financiación exterior que en mayor
medida contribuye a una integración económica y financiera verdaderamente
global. No menos importante, para los países receptores, no sólo constituyen
fuentes de captación de ahorro externo, sino, dependiendo de los sectores en
que se materialicen, importantes mecanismos de transmisión de tecnologías y
técnicas de gestión empresarial. Obviamente, las ventajas asociadas a esta
última dimensión serán tanto mayores cuanto menor sea el grado de desarrollo
de los países receptores de los flujos de inversión directa; también, cuanto
más cercana sea esa inversión a la creación de nuevas empresas
(greenfields) frente a la materialización de la inversión en la
adquisición de empresas ya existentes en el país de
destino.
Contrariamente a la percepción de ese proceso inversor
internacional como el mecanismo de colonización económica de los países
menos desarrollados por los más avanzados, la realidad es que desde hace
años han sido las economías más ricas de la OCDE las principales receptoras
de ese tipo de inversiones. Hasta 2003, la proporción de esas inversiones
dirigidas a las economías desarrolladas no bajó del 70% del total, y, en el
pasado año, ha representado el 53%. EE UU ha vuelto en 2004 a recuperar su
primera posición como destino más importante de esos flujos, tras ser
desplazada el pasado año por China.
Con los datos que acaba de hacer públicos la UNCTAD, relativos a
2004, se aprecia, en primer lugar, una significativa recuperación desde la
inflexión en los flujos totales que se inició en 2001. El pasado año, la
cuantía global de esos flujos ha registrado un incremento de un 6%, hasta
alcanzar los 612.000 millones de dólares. Tan significativa o más es la
recuperación de los destinados a los países menos desarrollados; el 42% de
los flujos totales se destinaron a ese segmento de países, frente al 27%
durante el periodo 2001-2003. El incremento sobre 2003, hasta los 255.000
millones de dólares de flujos de entrada, fue del 48%.
Los 321.000 millones de dólares de capitales recibidos por las
economías industrializadas son, por su parte, un 16% inferiores a los
correspondientes a 2003. Un año más ha sido la región Asia-Pacifico la
principal receptora; los 166.000 millones de dólares representan un
incremento del 55% sobre el ejercicio anterior, amparado no sólo en una
mejora de las condiciones económicas, sino igualmente en un entorno político
más propicio y en un no menos importante aumento de las operaciones de
fusiones y adquisiciones. Aunque desplazada en 2004 por EE UU, el principal
receptor sigue siendo China. Junto a la otra gran emergente India, se
encuentra Corea del Sur y Hong Kong.
No menos destacable es el aumento registrado por las economías de
América Latina y el Caribe, por primera vez en cinco años. Los 69.000
millones de dólares captados representan un incremento del 37% sobre el año
anterior, con México y Brasil como destinos de la mitad de los flujos
destinados a la región en 2004.
La excepción a esa recuperación de la normalidad inversora la aporta
Europa. En el conjunto de la UE, los flujos netos recibidos apenas alcanzan
el 54% de los captados en 2003, que ya fueron significativamente inferiores
a los de 2002. Sólo el Reino Unido, que duplica en 2004 los flujos de
entrada, registra un aumento de la inversión. España, por su parte, es de
las que registra un mayor descenso. De los 36.000 millones de dólares
recibidos en 2002, se pasó a 26.000 millones en 2003 y a 6.000 millones en
2004. Una cifra, esta última, inquietante.
De los datos que aporta el Banco de España (sólo disponibles para los
tres primeros trimestres del año) se deduce un primer trimestre en el que
las desinversiones superaron a los flujos de entrada en más de 1.538
millones de euros, anticipando el decepcionante saldo que nos aporta como
estimación la UNCTAD. Preguntarse por el carácter más o menos circunstancial
de ese declive en las preferencias de los inversores internacionales debería
formar parte de la más amplia disposición a acelerar la redefinición de las
ventajas y atractivos que suponíamos tenía la economía española.