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TRIBUNA: EMILIO ONTIVEROS.

Los fondos de inversión éticos  Añadir a Mi carpeta


Desde hace escasos meses proliferan en el mercado financiero los llamados fondos de inversión éticos. Estos fondos prometen al ahorrador que su dinero será invertido con un criterio de selección moral como el respeto al medio ambiente, la exclusión de fabricantes de armamento, de empresas sospechosas de explotación de mano de obra infantil, que maltraten animales, comercien con países no democráticos o fabriquen tabaco. ¿Qué hay en estos fondos de marketing y qué de solidaridad? Con tantas limitaciones, ¿pueden ser rentables y prosperar?
Emilio Ontiveros es catedrático de Economía de la Empresa de la UAM y consejero delegado de Analistas Financieros Internacionales.

EL PAÍS |  Opinión - 15-08-1999
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Rentabilidad y moral
Cuando mediados los años veinte de este siglo, tras un intenso debate interdisciplinario, los administradores del patrimonio de la Iglesia Metodista de América del Norte decidieron invertir en el estigmatizado mercado de acciones, no lo hicieron sin manifestar algunos escrúpulos: quedaban expresamente excluidas como destinatarias del capital metodista aquellas compañías relacionadas con el alcohol y, paradójicamente, con el juego, en cuyo ámbito permanecían hasta entonces las actividades de las bolsas de valores, según esa iglesia. En esa decisión se localiza el precedente más relevante de las "inversiones éticas", aunque no será hasta 1971 cuando, también en EEUU, nazca un fondo con esa denominación, el Pax World Fund, que excluía expresamente a las empresas involucradas en la guerra del Vietnam. En Gran Bretaña, nuevamente la iglesia metodista a través del Friend Provident, lanzó el Sterwardship Unit Trust, con un comité de inversiones diferenciado y procedimientos de gestión homologables a los de los fondos sin conciencia. Desde entonces, el crecimiento en el patrimonio y en el número de titulares de esos fondos ha superado al del conjunto de la inversión colectiva en aquellos países con los sistemas financieros más avanzados; la ampliación de su carácter al de "fondos solidarios" tiene lugar cuando parte de sus ingresos por comisiones se asignan a destinos nobles, ONG por lo general. La Comisión Nacional de Valores española, ante la reciente proliferación de las solicitudes de inscripción de fondos con esta denominación, se ve obligada a definir criterios que, más allá del enunciado aconsejable por las políticas comerciales de las gestoras, garanticen alguna correspondencia con los fines perseguidos.Los orígenes religiosos de esos fondos de inversión (también en España los tres primeros que se crearon estaban dirigidos a entidades religiosas) y la capacidad financiera de algunas organizaciones de esa naturaleza, explican que en el censo de esas modalidades de inversión colectiva hayan sido hasta hace poco dominantes. Desde hace años, a aquellos fondos con una impronta religiosa específica se añaden otros con criterios de selección de las inversiones más secularizados, como el respeto al medio ambiente, la exclusión de fabricantes de armamentos, de empresas con cuestionables políticas de recursos humanos, las que llevan a cabo una explotación innecesaria de animales, las que comercian con países no democráticos o las fabricantes de tabaco; en EEUU y Gran Bretaña esa suerte de "índice" lo encabezaban, hasta 1993, las empresas con negocios en África del Sur. Amparados en la más genérica denominación de "inversión socialmente responsable", de creciente extensión en EEUU, incorporan además del escrutinio de la actividad de las empresas en cuyas acciones se invierte, los procedimientos mediante los cuales éstas se relacionan con sus accionistas. Si en su modalidad más tradicional, los partícipes en estos fondos y sus gestores definen un mayor grado de sensibilidad acerca de las políticas de las empresas en que invierten, la extensión de ese escrutinio al funcionamiento de sus órganos de gobierno, incorpora más claramente ese contrapunto a la dinámica de creciente despersonalización, de divorcio entre una gran parte de la propiedad y el control de la mayoría de las empresas cuyas acciones cotizan públicamente. En su revisión correspondiente a 1997, el estadounidense Social Investment Forum (SRI) cifraba en 1.2 billones de dólares los activos de fondos "socialmente responsables" (duplicando los 639.999 millones de 1995), con el mayor crecimiento en aquellos en los que los inversores exigían una participación activa en el control de los órganos de gobierno de las compañías en las que el fondo invertía.Restricciones todas ellas cuya concreción no está exenta de problemas, desde la objetivación suficientemente operativa como para que las políticas de inversión y desinversión de las carteras sean suficientemente fluidas, hasta la no menos compleja definición de mecanismos de auditoría de los mismos o la creación de comités independientes capaces de compatibilizar las objeciones de conciencia con la máxima rentabilidad convencional. Será la evolución de esta última la que en última instancia determine el potencial de crecimiento de esas modalidades de fondos y, con él, la eficacia en la persecución de objetivos adicionales. Como es lógico, cuanto más numerosas y vinculantes sean esas restricciones sobre la gestión de carteras menores serán las posibilidades de que su performance compita con el promedio de los fondos. Salvando algunos problemas metodológicos a los que se han enfrentado algunos estudios, la evidencia disponible hasta ahora no aporta diferencias estadísticas significativas. Se destaca, en todo caso, como condición necesaria para que ese tipo de fondos prospere, la existencia de empresas "éticamente satisfactorias", con un volumen de capitalización suficientemente amplio. Ahora bien, esa insuficiencia de destinos moral o políticamente correctos encontraría su paliativo en el propio crecimiento de inversores sensibles, capaces de incidir significativamente en la propia orientación de las empresas que cotizan en los mercados.En la medida en que el creciente ahorro de las familias siga teniendo como destino preferente cualquier modalidad de inversión colectiva, las correspondientes instituciones gestoras se verán obligadas a exhibir en sus catálogos estos nuevos vehículos de inversión. De la capacidad de los mismos para diferenciarse efectivamente de los demás, para concretar eficazmente el escrutinio de los criterios que los inspiran, dependerá el éxito de esta suerte de terapia parcial sobre el capitalismo global.

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