Lo
que queda de la "nueva economía" |
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EMILIO ONTIVEROS
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Emilio Ontiveros es catedrático de
Economía de la Empresa de la Universidad Autónoma de
Madrid |
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Con demasiada frecuencia se
suceden en estos días las inserciones de esquelas mortuorias
de la nueva economía. Lo hacen quienes asimilan la
purga bursátil de los valores tecnológicos y la reciente
desaceleración en el ritmo de crecimiento económico y de la
productividad en EE UU (el primer descenso trimestral en los
últimos seis años), con la evaporación del potencial
transformador asociado al aumento significativo en la
capacidad de computación y a la conectividad: a su influencia
en numerosos procesos y decisiones empresariales.
La tan provocadora como ambigua
denominación nueva economía nunca fue del agrado de los
académicos del plan antiguo (no sea que nos obliguen a revisar
el programa con demasiada frecuencia), ni de aquellos otros
que conciben el sistema económico actual como poco más que una
versión maquillada del que emergió tras la revolución
industrial. A determinadas edades se nos hace difícil liberar
los prejuicios que conciben al capitalismo incapaz de
metamorfosearse. Los ciclos económicos no sólo existen, sino
que se encargan de recordarnos la inmutabilidad de lo esencial
de la doctrina. La realidad, sin embargo, no es tan lineal y
la capacidad de reinvención del propio sistema parece lejos de
estar agotada.
Más allá de los debates
nominalistas (es verdad que han sido varias las nuevas
economías que aportan la historia de los dos últimos siglos),
sería un error pasar por alto las implicaciones de esa
intensificación de la inversión empresarial en tecnologías de
la información y las telecomunicaciones que ha tenido lugar en
los últimos años, en un contexto de intensa integración
internacional de las principales economías. Las empresas -sus
procesos de toma de decisiones, su organización, las
habilidades de sus trabajadores- y los mercados están siendo
objeto de una importante transformación debido a esa explosión
tecnológica, que excede a su estricta traducción en los
indicadores estadísticos al uso.
Sin que quepa despreciarlo, el
impacto más relevante de la discontinuidad tecnológica
provocada por esa intensificación de la inversión no es el que
pueda apreciarse en las nuevas empresas, en las contemporáneas
con la afloración de aplicaciones de esa dinámica de
innovación (las que hayan sobrevivido a esta primera ronda de
selección), sino en las más genuinamente representativas de
la economía tradicional. Es la generación de ganancias
de eficiencia en los sectores tradicionales (fundamentalmente
a través de la reducción de costes pero también mediante
alteraciones en la mayoría de los subsistemas empresariales),
lo que validará algunas de las presunciones que, con mayor o
menor precipitación, se formularon sobre el impacto de esa
excepcional asignación de recursos financieros a las
tecnologías de la información. También la que garantizará una
difusión sectorial y geográfica mucho más rápida que
anteriores oleadas de innovación.
Mientras tanto, seguirá
asimilándose, con mayor o menor facilidad, esa sobredosis
inversora de los años finales del siglo pasado (entre 1996 y
2000 las empresas estadounidenses invirtieron 1,7 billones de
dólares en tecnología, el doble de los cinco años
precedentes); de la dificultad de la misma no puede deducirse
precisamente la defunción por indigestión de un proceso de
transformación económica y social que apenas ha
empezado. |