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EMILIO
ONTIVEROS
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El principal centro de atención
en la última reunión del Federal Open Market Committee (FOMC)
no estaba tanto en la cuantía de la reducción de los tipos de
interés que finalmente decidiera, sino en el contenido del
comunicado con que la hiciera pública: en la identificación de
las intenciones de continuar o no con el sesgo relajador
impreso a la política monetaria desde principios de año. El
mensaje deja lugar a pocas dudas: el órgano decisor de la
Reserva Federal sigue considerando que los principales riesgos
sobre la satisfacción de sus objetivos a largo plazo
(estabilidad de los precios y sostenibilidad del crecimiento
económico) derivan de los factores de debilidad económica que
todavía pueden identificarse dentro y fuera de Estados Unidos.
Se trata de un texto sin apenas variaciones significativas
sobre el que sirvió para anunciar la reducción precedente en
el nivel objetivo de los fondos federales, el 27 de junio,
también en 25 puntos básicos, con la diferencia de esa mayor
inquietud acerca del todavía deprimido comportamiento de la
inversión empresarial. Es pronto, por tanto, para dar por
concluida la que ya puede registrarse como una de las fases de
relajación monetaria más agresivas de las últimas décadas.
Relajación aparente, en especial
cuando se contempla desde las empresas, en la medida en que el
descenso de tres puntos porcentuales en las siete reducciones
de estos ocho meses en los tipos de interés a corto plazo se
ha encontrado en cierta medida compensado, hasta hace bien
poco, por unos tipos de interés a largo plazo menos
estimuladores, un tipo de cambio poco propicio a la
competencia internacional de las empresas americanas y unos
mercados de acciones tan deprimidos en sus cotizaciones como
poco receptivos a las ofertas, ya fuera de empresas nuevas o
de las previamente registradas. Por no hablar del verdadero
protagonista, hasta el año pasado, de la financiación
empresarial en Estados Unidos, el mercado de capital
riesgo.
Es razonable, por tanto, que el
FOMC siga dispuesto a suministrar estímulos adicionales, ya
veremos si en su próxima reunión del 4 de octubre, sin
menoscabo de que para entonces se hayan dejado sentir los
efectos de las primeras reducciones y, sobre todo, el de la
devolución impositiva (por unos 38.000 millones de dólares)
que en estos meses empezarán a percibir los contribuyentes de
ese país. Menores dudas cabría albergar acerca de la decisión
que debería adoptar en su reunión del próximo jueves el
consejo del BCE, el único de los grandes bancos centrales del
mundo que apenas se ha dado por aludido del amenazante
enfriamiento que recorre el mundo.
La situación en las economías del
área euro no ofrece perspectivas mucho más favorables
que la estadounidense, en especial la más importante de la
eurozona. La economía alemana, hemos conocido esta
semana, no creció durante el segundo trimestre, con la
inversión, un trimestre más, como componente más adverso. El
inesperado repunte en el índice IFO de confianza empresarial
correspondiente a julio, tras seis meses de descensos, es una
señal esperanzadora, pero como el propio instituto que lo
elabora ha advertido, la fragilidad del ascenso (desde 89,5 a
89,8) es manifiesta, sin que pueda garantizarse el
mantenimiento de esa tendencia en los próximos
meses.
El resto de las economías de la
zona están, desde hace meses, igualmente inmersas en una
marcada senda de desaceleración que las aleja de esa
referencia a la tasa potencial que hasta hace poco justificaba
las cautelas del BCE y su diferenciación del resto de los
bancos centrales. La estabilidad de los precios energéticos,
la normalización de los mercados cárnicos y la apreciación del
tipo de cambio del euro (en su máximo de los cinco últimos
meses frente al dólar) han propiciado esa reducción en la tasa
de inflación del conjunto del área euro ya observada en
julio y las perspectivas de continuidad de la misma en los
próximos meses. Un cuadro que por sí solo, sin necesidad de
insertarlo en la precaria economía mundial, justifica el
cambio de la actitud hasta ahora mantenida por el BCE, sin
temor a hipotecar una independencia cuya innecesaria defensa
ha podido sacrificar la más cara credibilidad de sus
actuaciones. |