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  Domingo, 26 de agosto de 2001  
Número 825
 
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LA SEMANA
 
Ahora el BCE 
     
  EMILIO ONTIVEROS

El principal centro de atención en la última reunión del Federal Open Market Committee (FOMC) no estaba tanto en la cuantía de la reducción de los tipos de interés que finalmente decidiera, sino en el contenido del comunicado con que la hiciera pública: en la identificación de las intenciones de continuar o no con el sesgo relajador impreso a la política monetaria desde principios de año. El mensaje deja lugar a pocas dudas: el órgano decisor de la Reserva Federal sigue considerando que los principales riesgos sobre la satisfacción de sus objetivos a largo plazo (estabilidad de los precios y sostenibilidad del crecimiento económico) derivan de los factores de debilidad económica que todavía pueden identificarse dentro y fuera de Estados Unidos. Se trata de un texto sin apenas variaciones significativas sobre el que sirvió para anunciar la reducción precedente en el nivel objetivo de los fondos federales, el 27 de junio, también en 25 puntos básicos, con la diferencia de esa mayor inquietud acerca del todavía deprimido comportamiento de la inversión empresarial. Es pronto, por tanto, para dar por concluida la que ya puede registrarse como una de las fases de relajación monetaria más agresivas de las últimas décadas.

Relajación aparente, en especial cuando se contempla desde las empresas, en la medida en que el descenso de tres puntos porcentuales en las siete reducciones de estos ocho meses en los tipos de interés a corto plazo se ha encontrado en cierta medida compensado, hasta hace bien poco, por unos tipos de interés a largo plazo menos estimuladores, un tipo de cambio poco propicio a la competencia internacional de las empresas americanas y unos mercados de acciones tan deprimidos en sus cotizaciones como poco receptivos a las ofertas, ya fuera de empresas nuevas o de las previamente registradas. Por no hablar del verdadero protagonista, hasta el año pasado, de la financiación empresarial en Estados Unidos, el mercado de capital riesgo.

Es razonable, por tanto, que el FOMC siga dispuesto a suministrar estímulos adicionales, ya veremos si en su próxima reunión del 4 de octubre, sin menoscabo de que para entonces se hayan dejado sentir los efectos de las primeras reducciones y, sobre todo, el de la devolución impositiva (por unos 38.000 millones de dólares) que en estos meses empezarán a percibir los contribuyentes de ese país. Menores dudas cabría albergar acerca de la decisión que debería adoptar en su reunión del próximo jueves el consejo del BCE, el único de los grandes bancos centrales del mundo que apenas se ha dado por aludido del amenazante enfriamiento que recorre el mundo.

La situación en las economías del área euro no ofrece perspectivas mucho más favorables que la estadounidense, en especial la más importante de la eurozona. La economía alemana, hemos conocido esta semana, no creció durante el segundo trimestre, con la inversión, un trimestre más, como componente más adverso. El inesperado repunte en el índice IFO de confianza empresarial correspondiente a julio, tras seis meses de descensos, es una señal esperanzadora, pero como el propio instituto que lo elabora ha advertido, la fragilidad del ascenso (desde 89,5 a 89,8) es manifiesta, sin que pueda garantizarse el mantenimiento de esa tendencia en los próximos meses.

El resto de las economías de la zona están, desde hace meses, igualmente inmersas en una marcada senda de desaceleración que las aleja de esa referencia a la tasa potencial que hasta hace poco justificaba las cautelas del BCE y su diferenciación del resto de los bancos centrales. La estabilidad de los precios energéticos, la normalización de los mercados cárnicos y la apreciación del tipo de cambio del euro (en su máximo de los cinco últimos meses frente al dólar) han propiciado esa reducción en la tasa de inflación del conjunto del área euro ya observada en julio y las perspectivas de continuidad de la misma en los próximos meses. Un cuadro que por sí solo, sin necesidad de insertarlo en la precaria economía mundial, justifica el cambio de la actitud hasta ahora mantenida por el BCE, sin temor a hipotecar una independencia cuya innecesaria defensa ha podido sacrificar la más cara credibilidad de sus actuaciones.